Se quita de encima mío y se recuesta junto a mí, su respiración aún acelerada, su hombro rozando el mío con cada elevación de su pecho peludo, de su ligera barriga. Observo su boca entreabierta, conozco los movimientos exactos que va a realizar. Se reincorpora torpemente recostándose primero sobre su costado, bajando las piernas y apoyando los pies al suelo, me hace pensar en un viejo o un enfermo, me cuestiono por qué un ser que me remite a la muerte puede parecerme atractivo. Se inclina y estira el brazo emitiendo una respiración sonora, toma su pantalón y de uno de los bolsillos aparece una cajetilla de cigarros, una boca podrida se abre y muestra cuatro filtros amarillos como dientes, toma uno y lo pone entre sus labios, busca en el otro bolsillo y saca un encendedor amarillo también, carraspea mientras gira la rueda y genera una diminuta flama, mantiene presionado el pulsador quemando la punta del cigarrillo ya encendida. Saca una larga bocanada de humo elevando su rostro al techo, cerrando los ojos, inclina su barbilla al pecho, mueve la cabeza de lado a lado relajando el cuello, una tos grave lo invade, cubre la boca con su hombro. Le toco la espalda con el dorso de mi mano, gira la cabeza y sonríe mientras humo sale de su nariz y boca creando una nube que con la luz que entra por la ventana le coloca un halo que lo hace parecer un santo, cuando junta los labios estos desaparecen entre el largo bigote y su abultada barba, sus ojos azules y su nariz puntiaguda le dan un aspecto bíblico, serio y bondadoso. ¿Es eso lo que me atrae de él, que parezca un discípulo de Cristo que coge con hombres? Le pido un cigarro y sus ojos se achican, cuestiona, pues nunca me ha visto fumar. Me gusta su olor antes de ser quemados. Me pasa uno y toma el cenicero de concha de mar del buró y se re acomoda sobre la cama, su espalda contra la cabecera, sus piernas extendidas, su mano sostiene la concha sobre su monte de vello púbico. Me incorporo y me siento como él, tomando el cigarrillo con mis dos manos lo giro hacia el frente y tras con mis dedos pulgares e índices, admiro el alisado perfecto del papel, la firma dorada en el filtro, tan frágil y potente. Lo acerco a mi nariz y lo deslizo desde el filtro hasta la punta, dejando que el aroma se impregne en la punta de mi nariz. Inhalo profundo. El olor a tabaco me traslada a mi niñez, a personajes familiares de los cuales recuerdo sus rostros marcados por arrugas pero no sus nombres, a anocheceres corriendo entre campos y animales de rancho. Noto que junta los labios y los empuja al frente al sacar el humo, soplándolo en dirección a la punta incandescente del cigarrillo que sostiene, pareciera le silba una melodía, como si intentara refrescar la brasa con el frío de su aliento, pero lo que hace es afilar el cigarro como a un lápiz rojo para dibujar. El olor tóxico de su humo domina y borra el aroma de mis recuerdos. Por sus manierismos intuyo que tiene una vida fumando, sus bigotes rubios esconden bien el rastro de su vicio. ¿Podría yo hacerlo adicto a mí? Adicto de la misma forma que lo es a los cigarrillos, convertirme en una necesidad inmediata al despertar, después de un café o de comer. Ser yo el aglutinante de sus horas y sus días, el objeto de deseo para sus labios. Ser yo por quién entrega su vida en sacrificio en cada inhalación siendo completamente consciente de las consecuencias de mi consumo. El compromiso inquebrantable. Ser su marca favorita, a quien quita con fervor su envoltura como a un regalo en navidad.
Presiona la brasa restante contra la mancha negra dentro de la concha haciendo un efecto acordeón a lo que resta del cigarrillo, una estela de humo se eleva y desaparece, extiende su brazo y lo deja sobre el buró. Gira su cuerpo y se pega al mío, respirando caliente sobre mi cuello, entreabriendo los labios para succionar mi piel, luego besarla y después acariciarla con su lengua. Acerca con una exhalación su nariz a la mía, puedo sentir el olor calcinante del tabaco mezclado con miles de químicos, sus labios rozan los míos, sus dientes los muerden, su lengua empuja la mía y siento su saliva caliente, el sabor a brea inunda mi boca y me provoca asco, alejo mi rostro y él baja de nuevo a mi cuello, continúa por mi pecho y abdomen, miro al techo y contemplo la posibilidad de que se extinga el deseo, exhala tibiamente en mi ingle y se eriza la piel de mi nuca, dicen que un orgasmo es como un cigarrillo, exquisito y corto, un placer inmediato que te deja deseando el próximo.