jueves, 14 de septiembre de 2023

Sin Licencia

 En casa, Dios fungía un cargo gubernamental más que el de figura moral o maestro. Ante cualquier posibilidad de entretenimiento, viaje o disfrute, aparecía su nombre, elevado entre las altas esferas del poder, "Si Dios nos da licencia" murmuraba mi abuela después de cualquier plan a futuro. Yo me lo imaginaba no muy lejano a la idea occidental del todo poderoso, un hombre blanco cis heterosexual sentado en un alto taburete en una sala de magistrados, con peluca blanca y rizada, la cara empolvada y vestido de una toga negra, con la nariz respingada y mirada incrédula, esperando el momento de responder "No doy licencia". Conforme fui creciendo y a la par que despertaba mi ambición, aparecían más variantes de esta misma frase. Cuando le conté a mis padres que quería ingresar a la Universidad de Cine mi padre cuestionó por qué no una profesión con mayor opciones de trabajo y mejor redituadas, mi madre abogó por mí con una carta que no pensé sería difícil de refutar pero probó ser inmune, -Déjalo que haga el examen y será lo que Dios quiera-. Dios quizo. Después de media carrera el que ya no quizo fui yo, pero supongo que la licencia ya la tenía, y al no haber firmado ninguna carta compromiso o algún contrato, no me veía obligado a terminar una licenciatura que me producía la sensación de cortar lazos con mis ilusiones artísticas más que de producirlas. Así que lo dejé y decidí irme al extranjero a estudiar teatro. Mi madre supuso que vender un terreno que tenía casi en el abandono me vendría de ayuda, - Lo pongo en el mercado y Dios mediante, sale dinerito para tu viaje-. El terreno se vendió y Dios medió para que me dieran la visa y en Nueva York caminé mis primeros pasos como actor latino en la gran busca del éxito, el siguiente Gael García, la versión masculina de Sofía Vergara pero con mejor acento. Dejé de contarle a mi madre de mis planes, me supuse un futuro certero y directo al éxito, mis compañeros de clase me invitaban a fiestas y teatros, planes difíciles de pagar, así que sin permiso legal comencé a trabajar en un restaurante los fines de semana, tomaba clases y hacia audiciones, la película del sueño americano ya estaba en movimiento. "Call back" para un cortometraje, audición para un personaje importante en una obra Off Broadway, Masterclass en una de las escuela más prestigiosas, cientos de dólares en propinas  y todo antes de Navidad. La seguridad que todo esto me confería me situó en un pedestal, del cual  nadie avistaba caída. Decidí comprar vuelos a las paradisíacas playas de Cancún para mí y para mi madre, sentía que me merecía un descanso y era un gran regalo de cumpleaños tardío y un obsequio navideño adelantado para ella. Una semana hermosa entre el mar y el sol, partidos de volley en la arena con grupos de europeos y mojitos helados al atardecer. Le conté a mi madre de mis planes, de como podía oler el triunfo acercarse a lo que ella respondió, - Me da mucho gusto hijo, primero Dios así será- me hirvió la sangre y le di un sermón en el cual le explicaba que el resultado de mi trabajo era un mérito mío y de nadie más, que mis acciones me habían puesto en el lugar en el que me encontraba y que Dios no tenía nada que ver con esto, ella me miró en silencio, en sus ojos podía observar que mi agnosticismo le enfurecía, pero no dijo nada. Al día siguiente nos despedimos cariñosamente y prometí visitarla pronto, de llamarla con todas las buenas nuevas. El vuelo de conexión a Nueva York salía de Houston, una fila corta en la aduana, lo que me causó sorpresa, cuando un guardia se acercó a mí y me pidió le acompañara a las oficinas de migración entendí por qué no había tanta gente formada, antes siquiera de la entrevista pre seleccionaban a personas para hacerles revisión sorpresa. Buscaron por toda mi computadora, facebook, email, revisaron mi celular, fotos, mensajes... y encontraron uno del restaurante dónde trabajaba, tres renglones donde me pedían cubrir ciertos turnos la quincena próxima, un texto prueba de que estaba trabajando de formaba ilegal en el país. Varias horas después estaba subido de nuevo en un avión con destino a Cancún, México. Ha de suponerse que si hay un Dios, es verdaderamente omnipresente  y rencoroso que al haber escuchado mi alegata de la noche anterior, y al no haberle gustado el tono en mis palabras y al humo que se había elevado a mi cabeza, decidió retirar la licencia anteriormente otorgada. Habrá que hacer nuevos planes, la vida en la Playa no debe ser tan mala, quizá pueda abrir un bar o una compañía de Teatro, claro, todo esto únicamente si Dios me da licencia.

Alquitrán

Se quita de encima mío y se recuesta junto a mí, su respiración aún acelerada, su hombro rozando el mío con cada elevación de su pecho peludo, de su ligera barriga. Observo su boca entreabierta, conozco los movimientos exactos que va a realizar.  Se reincorpora torpemente recostándose primero sobre su costado, bajando las piernas y apoyando los pies al suelo, me hace pensar en un viejo o un enfermo, me cuestiono por qué un ser que me remite a la muerte puede parecerme atractivo. Se inclina y estira el brazo emitiendo una respiración sonora, toma su pantalón y de uno de los bolsillos aparece una cajetilla de cigarros, una boca podrida se abre y muestra cuatro filtros amarillos como dientes, toma uno y lo pone entre sus labios, busca en el otro bolsillo y saca un encendedor amarillo también, carraspea mientras gira la rueda y genera una diminuta flama, mantiene presionado el pulsador quemando la punta del cigarrillo ya encendida. Saca una larga bocanada de humo elevando su rostro al techo, cerrando los ojos, inclina su barbilla al pecho, mueve la cabeza de lado a lado relajando el cuello, una tos grave lo invade, cubre la boca con su hombro. Le toco la espalda con el dorso de mi mano, gira la cabeza y sonríe mientras humo sale de su nariz y boca creando una nube que con la luz que entra por la ventana le coloca un halo que lo hace parecer un santo, cuando junta los labios estos desaparecen entre el largo bigote y su abultada barba, sus ojos azules y su nariz puntiaguda le dan un aspecto bíblico, serio y bondadoso. ¿Es eso lo que me atrae de él, que parezca un discípulo de Cristo que coge con hombres? Le pido un cigarro y sus ojos se achican, cuestiona, pues nunca me ha visto fumar. Me gusta su olor antes de ser quemados. Me pasa uno y toma el cenicero de concha de mar del buró y se re acomoda sobre la cama, su espalda contra la cabecera, sus piernas extendidas, su mano sostiene la concha sobre su monte de vello púbico. Me incorporo y me siento como él, tomando el cigarrillo con mis dos manos lo giro hacia el frente y tras con mis dedos pulgares e índices, admiro el alisado perfecto del papel, la firma dorada en el filtro, tan frágil y potente. Lo acerco a mi nariz y lo deslizo desde el filtro hasta la punta, dejando que el aroma se impregne en la punta de mi nariz. Inhalo profundo. El olor a tabaco me traslada a mi niñez, a personajes familiares de los cuales recuerdo sus rostros marcados por arrugas pero no sus nombres, a anocheceres corriendo entre campos y animales de rancho. Noto que junta los labios y los empuja al frente al sacar el humo, soplándolo en dirección a la punta incandescente del cigarrillo que sostiene, pareciera le silba una melodía, como si intentara refrescar la brasa con el frío de su aliento, pero lo que hace es afilar el cigarro como a un lápiz rojo para dibujar. El olor tóxico de su humo domina y borra el aroma de mis recuerdos. Por sus manierismos intuyo que tiene una vida fumando, sus bigotes rubios esconden bien el rastro de su vicio. ¿Podría yo hacerlo adicto a mí? Adicto de la misma forma que lo es a los cigarrillos, convertirme en una necesidad inmediata al despertar, después de un café o de comer. Ser yo el aglutinante de sus horas y sus días, el objeto de deseo para sus labios. Ser yo por quién entrega su vida en sacrificio en cada inhalación siendo completamente consciente de las consecuencias de mi consumo. El compromiso inquebrantable. Ser su marca favorita, a quien quita con fervor su envoltura como a un regalo en navidad. 

Presiona la brasa restante contra la mancha negra dentro de la concha haciendo un efecto acordeón a lo que resta del cigarrillo, una estela de humo se eleva y desaparece, extiende su brazo y lo deja sobre el buró. Gira su cuerpo y se pega al mío, respirando caliente sobre mi cuello, entreabriendo los labios para succionar mi piel, luego besarla y después acariciarla con su lengua. Acerca con una exhalación su nariz a la mía, puedo sentir el olor calcinante del tabaco mezclado con miles de químicos, sus labios rozan los míos, sus dientes los muerden, su lengua empuja la mía y siento su saliva caliente, el sabor a brea inunda mi boca y me provoca asco, alejo mi rostro y él baja de nuevo a mi cuello, continúa por mi pecho y  abdomen, miro al techo y contemplo la posibilidad de que se extinga el deseo, exhala tibiamente en mi ingle y se eriza la piel de mi nuca, dicen que un orgasmo es como un cigarrillo, exquisito y corto, un placer inmediato que te deja deseando el próximo.