jueves, 29 de diciembre de 2022

Ánima

 El dolor punzante me obligó a despertar. Sus ojos negros penetrantes me miran fijamente a los ojos. Nunca fui bueno para los duelos de miradas. El zumbido agudo en mis oídos me hizo dudar si no seguía dormido. Un pedazo de carne colgaba de su pico teñido de tinto, pensé en el rancho de la abuela y en el guajolote que gugluteaba día y noche sin dejarnos dormir, en la protuberancia carnosa que le colgaba de la cara como un moco rojo y grotesco. Pensé en el mole mancha manteles con que lo sirvieron en la fiesta de quinceañera de mi prima Maite. 

Con un movimiento brusco y rápido el ave dió otro picotazo a mi pierna, produciendo de mí un grito gutural que no tenía idea que podía producir. Extendió sus alas negras cual paracaídas de emergencia y de un ligero salto se alejó dos metros de mí, posándose ligeramente de nuevo sobre la tierra. 


Hacía días que me acompañaba, o que le acompañaba yo a él. Ya no sé si yo lo avisé primero o él a mi. 

¿Ahora qué más da? Lo que no ha cambiado es que el ingrato me sigue calculando desde arriba. 


Cierro los ojos y respiro profundo, mi garganta seca me exige trague saliva que no tengo, abro los ojos y busco a mi alrededor. Juancho pasta apacible bajo la sombra de un laurel, la cantimplora de cuero cuelga de su ijar izquierdo. Menos mal no le mordió la cascabel, sonrío al verle con vida y crujen mis labios, el sabor a hierro inunda mi boca. Me sorprende que no haya seguido sin mi. Su estupida fidelidad animal será mi muerte. 


El sol está justo encima mío. ¿Qué estarán haciendo mis mujeres en casa a esta hora? Martina debe estar moliendo el maíz en sus enaguas blancas, hincada sobre el petate viejo. Lo contenta que se iba a poner cuando viera que le traía otro más grande que hasta se puede dormir en él. La pienso dándole duro al metate, quitándose los cabellos negros que se le salen de la larga trenza negra y que rebeldes se le vienen a la cara. Naila y Lila deben estar acarreando el agua del río. Jugando contentas de que su papi ya casi está de vuelta, salpicándose de agua y contándose secretos sobre los muchachos que las cortejan de las rancherías vecinas. 


Calor húmedo comienza a recorrer mi abdomen y piernas, la tierra bajo mi cintura cambia de amarillo a marrón, el zopilote da dos pasos pequeños hacia mi, seguro, emanando la confianza de un tanque de guerra. 


Una nube en forma de ballena nada sobre el sol y me ofrece sombra por unos minutos. Mi vieja se ríe de mí desde atrás del agave. Le digo que no se burle, que mejor me ayude a levantarme, que no puedo moverme. Se ríe más fuerte y me dice que esto me pasó por pendejo, por meterme en asuntos que no me corresponden. Nunca le gustó que me inmiscuya en la política, si la vieja supiera que por mi es que no nos quitaron las tierras. ¡Dale vieja! Que me duele mucho y Martina y las niñas van a estar preocupadas. Se acerca sigilosa y acaricia la cabeza del chingado zopilote, luego se arrodilla junto a mí y me incendia con un chorro de mezcal los labios. -Que vergüenza haber parido a un traidor-. 


Las tripas del zopilote rugen y extiende de nuevo sus alas. -La paciencia apremia-, me parece escuchar decir a Juancho en forma de despedida, antes de echarme una última mirada coqueta e iniciar su andar contento en dirección a casa, me parece haberle visto sonreír. -Hay un punto en que tu cuerpo deja de sentir dolor por completo, si te sirve de algún consuelo-, dice el zopilote, antes de comenzar a recitar una oración de agradecimiento a la madre tierra por este sagrado alimento. Escucho las voces inteligibles de varios hombres a caballo a la distancia,hacen bromas y se ríen en voz alta, se la están pasando bien. ¿Verían a Juancho cabalgando sonriente entre los cactus? Una sensación de tranquilidad inunda mi pecho, mis párpados pesados raspan como lijas mis ojos, decido no abrirlos de nuevo y solo se me ocurre enunciar con toda sinceridad -Buen provecho-. 



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