jueves, 29 de diciembre de 2022

Prefiero no

 Me acuerdo del ruido del tráfico, las risas de los borrachos celebrando por las banquetas, del chico con su caja llena de cajetillas de cigarrillos y cacahuates, paletas, no debía tener más de catorce años y debían pasar de las tres de la madrugada, ¿No tiene escuela por la mañana?. La conversación era inevitable. Días de penumbra nos habían estado siguiendo, una espesa niebla que se aferraba a nuestros tobillos cual grilletes. - Irme contigo sería la peor idea-, al fin logré articular; entumecido por la ketamina no tuve tiempo de organizar mis ideas, como acostumbro  hacer. 

- ¿Soy la peor decisión que podrías tomar? 

¡Detente ahora! Pensé, testigo de mis palabras tropezando apresuradas entre ellas. - No lo digo de esa manera, no es eso lo que quiero decir - 

- ¿En qué momento llegamos a esto? Justo lo que no queríamos-, murmuró para ella. 

Cada letra que salía de mi boca se sentía más ligera que la anterior, más torpe y sin valor:

-Me refiero al momento en que estamos. Que yo duerma en tu casa solo va a confundirnos más, complicarnos más-. 

Parecía que la niebla había cobrado fuerza y nitidez, se elevaba hasta mi pecho, y al inhalarla se asentaba en mis pulmones, solidificándose, dificultando mi respiración. 

- El confundido aquí eres tú, yo sé lo que siento por ti. Y a pesar de lo que digamos o no ahora, yo sé que no soy una mala decisión-. 

El abrazo duró más de lo necesario, sus cálidos besos disparados en ráfaga silenciosamente detrás de mi oreja me tensaron por completo. Debí serle sincero. Decirle que no la amaba más. No como antes. Y que me encontraba cada día más distante a la forma que ella esperaba que lo hiciera: en el futuro y con planes. Debí decirle que la niebla se había acumulado, sobrepasándome en tamaño, que me abrazaba y me impedía ver un paso adelante, que solo existía la posibilidad de luz en un camino alterno, al que sin notificarle ya había decidido recorrer, pero sin ella.  


Me acuerdo amargamente de tus ojos azules, del olor rancio de tu sudor. El autobús se detuvo en la frontera de Las Chinamas del lado de El Salvador, y había que caminar diez minutos hasta la Aduana de Frontera de Valle Nuevo en el lado de Guatemala, el autobús nos encontraría del otro lado una vez sellados nuestros pasaportes.

Me acuerdo de tus botas de campamento y de tus shorts verde militar recortados y doblados cinco dedos arriba de las rodillas para mostrar tus piernas torneadas, tu camisa sin mangas rota y tus collares de alpaca que te regaló uno de tus ex amantes hippies. Me acuerdo de sentir fuego en el estómago de lo molesto que estaba contigo y de lo furioso que estaba conmigo por haberlo dejado todo para viajar por amor… Me acuerdo de todo esto y algo dentro de mi estómago se retuerce al saber que tú no lo harás. Tres semanas antes había descubierto que además de tu inofensiva adicción a la marihuana consumías diez ansiolíticos al día, y que lo hacías desde antes de conocerme, que fue parte de tu rutina matutina por los seis meses que llevábamos de relación. 

Me acuerdo de tus lágrimas pidiéndo disculpas por no saber qué habías hecho mal, de tu esfuerzo por hablarme en español y de mi resistencia en seguirte hablando en inglés. Me acuerdo de sentirme estúpido en ese bar en Costa Rica donde me dejaste sentado mientras ibas al baño con un amigo y del que no volviste en dos horas porque la cocaína te había sentado mal. Me acuerdo de hacer mis maletas y de ti corriendo detrás mío para impedir que me fuera sin tí.

Me acuerdo decidir dejarte mientras dormías apacible sobre mi hombro una vez que habíamos subido de nuevo al autobús. Seis horas más y llegaríamos de vuelta a nuestra casa en el Lago Atitlán y al fin terminaría ese fin de semana infernal. Me acuerdo del atardecer entre volcanes, de la neblina sobre el lago, de tus dedos entre los míos mientras me prometías mejorar. Me acuerdo de asentir con la cabeza, pero lo que más recuerdo es el espacio inmensurable que apareció entre los dos.

 


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